viernes, 7 de septiembre de 2012

Caballero enamorado.

Su armadura cayó hasta sus pies, rota. No hubo manera de decirle "¡detente, eso duele demasiado!" . Con un beso, se comenzó a cuartear y oxidar el metal que cubría su rostro. Un abrazo bastó para fundir la coraza que cubría sus brazos y el pecho. Cada día iba sintiendo una sensación de calidez a pesar de que no tenía ninguna protección. Sentía como su rostro perdía la tensión que las batallas de su pasado le habían proporcionado. Y pensar que todo era gracias a ella. Aquél ángel había venido a cambiarlo por completo, lo que nunca se había permitido sentir solo ella logró conocerlo.

Cuando al fin escuchó salir de los labios de su princesa las palabras que durante meses anhelaba "te quiero"- le susurró ella- el resto de su escudo protector se hizo pedazos. Sintió que su cuerpo se llenaba de vida al tenerla entre sus brazos. No parecía haber nada capaz de perturbar aquella embriagadora felicidad que colmaba su ser. Pasaban los días y el fuego que la tierna mirada de su amada que le llenaba el alma, comenzó a derretir el hielo que había en su corazón. 

 Sin embargo no todo lo que brilla es oro y eso si que lo sabía. No tardó mucho en notar que ésta vez no era la excepción. Pasaron meses y comenzó a sentir la boca sedienta de los labios de aquélla mujer. Sintió la necesidad de abrazarla y ella no se encontraba. Su corazón comenzó a llorar al encontrar los ojos de su princesa, su ángel venido a bien, seguir otra silueta, esbelta y gallarda. Aquél mozalbete que se decía rey.


Cuando ella le dejó ahí, tumbado en el suelo rodeado de puro silencio, su mundo se derrumbó. No tuvo a nadie que lo detuviera, nadie que le dijera "¡detente, eso duele demasiado!". 




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